Leonel Capitano cumplió 20 años con la música y lo festejó a lo grande.
Leonel Capitano hace gemir su bandoneón. (Foto: Manuel Costa).

El cantautor y bandoneonista rosarino festejó sus 20 años con la música con un gran concierto en el Teatro La Comedia en el que interpretó, entre tangos, milongas y candombes, una veintena de sus creaciones.

En la casa de Leo, durante su infancia, se escuchaba poca música y había más pelotas y botines que instrumentos. Su padre (Salvador) fue jugador y director técnico profesional. Pero su abuelo materno, José El Loco Castro, quien también se dedicó al fútbol y se dio el gusto de atajar en Central y en Newell’s, además de en Boca, Estudiantes y el fútbol europeo, fue quien le metió el virus tanguero en la sangre. “A mi abuelo le gustaba mucho el tango, sobre todo cantarlo, y yo me hice mucho al lado de él. Con él empecé a aprender de tango”, confiesa Capitano, y añade: “Después, a los 11 o 12 años, empecé a estudiar música, teclado, y me di cuenta que tenía facilidad para cantar. Ahí me volví a relacionar con el tango y podría decir que no lo dejé nunca más”.

Mi esperanza y mi pasión

Yo tenía una gran curiosidad por saber qué era lo que tenía el tango para estar tan metido debajo de la alfombra –señala el cantante rosarino–. Porque en los 90, cuando empecé a entenderlo, el tango estaba sumido en un ostracismo total, después de varias décadas en las que se había hecho una destrucción sistemática de ese género popular, desde los medios. Entonces el tango se tuvo que replegar en un mensaje más conservador, de coleccionistas, estancado en un formato estereotipado del tipo Grandes valores, y que poco decía de la verdadera esencia y destino social que tenía el tango desde sus orígenes”.

Para Leonel, hincha de Huracán de Parque Patricios desde que su padre lo llevó de chico a ver al Globito y se enamoró del barrio de Bonavena, “el tango surgió en un momento en el que se produjo en la Argentina un fenómeno social, producto de la inmigración y de la necesidad de representación de un género musical para esos hijos de inmigrantes, que se dio en muy pocos lugares del mundo”, y aclara: “Ese tango de esmoquin, moñito, voz engolada y finales gritados, poco tenía que ver con lo que se había generado en los años 10; 20 y 30, y que en los 40, producto quizás de determinadas cuestiones socio-políticas, tuvo la posibilidad de desarrollarse y llegar a ser masivo”.

Yo quería desentrañar un poco todo eso, y no encontré mejor manera que la de cantar mis propias canciones, de animarme a componer”, indica Capitano que le dedicó un tango a Maradona y cumplió el sueño del pibe de poder interpretarlo frente a su ídolo en el programa televisivo La Noche del 10, y agrega: “Aunque sí hubo renovación en el tango instrumental, sobre todo de Piazzolla en adelante, en la parte literaria, salvo las últimas experiencias de los 60 y 70, como Eladia Blázquez, Horacio Ferrer, Chico Novarro y Héctor Negro; muy pocos otros se dedicaron a componer nuevas letras. Y ese fue un poco el desafío y el riesgo que yo asumí. Afortunadamente, hoy es otra la realidad y hay un montón de tangos nuevos. Igual fue un camino difícil, porque más allá de que yo creía, y sigo creyendo, que hacía las cosas con mucho coraje y con cierta efectividad, recibía muchas críticas de la ortodoxia del tango, salvo excepciones que me alentaron mucho, como Gerardo Quilici, que siempre me bancó”.

Lo que ofrece una canción a nivel del mensaje es único”, remarca Capitano, y argumenta: “Primero que vincula a dos artes: la literatura y la música. Y segundo que se convierte en un mensaje muy líquido, porque es más fácil llegar con un texto utilizando como vehículo a la música, y viceversa, que hacerlo por separado. A mí, generalmente me viene primero una pieza literaria, una frase, una estrofa, pero no sigo avanzando si no aparece la melodía. Porque la música no tiene sinónimos, en cambio la literatura sí, entonces uno puede cambiar una palabra o el orden de las mismas para que se adapten a la melodía”.

Otro rasgo distintivo es que sus obras tienen impregnado el aire rosarino. Basta escuchar la letra de Mochila Mon, en la que aparecen el río, las mojarritas, la bermuda y las Topper de lona, y sobre todo “el gotán que lo arrastró de Saladillo hasta el centro”.

Chamuyar con la luna

En el show de el pasado sábado, en el Teatro La Comedia de Mitre y cortada Ricardone, Leonel repasó su carrera interpretando una veintena de creaciones propias (tangos, pero también chacarera, zamba, folclore, canción litoraleña, vals y candombe, entre otros variados estilos), y estuvo acompañado por Joel Tortul, Mariano Mattar, Cecilia Zabala, Alfredo Tosto, Alicia Petronilli, Simón Lagier, Andrés Guzmán, Damián Cortés, Noelia Moncada y Agustín Guerrero.

El cierre fue con su milonga a La Chamuyera, espacio de Corrientes al 1300 al que le puso cuerpo y alma y que ese mismo día bajó sus persianas. “En realidad, desde que nació que estaba en una grieta del sistema. Funcionó como centro cultural clandestino durante 3 años y después, pese a que no había planos, se pudo comprar el bar de adelante y sostenerse a puro pulmón”, destaca con algo de melancolía, y añade: “Después del botellazo que arrojó un vecino y que lastimó a una chica, se aceleraron los tiempos y hubo que salir a buscar otro lugar”.

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