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El presidente electo de EEUU, Donald Trump, alterna entre cumplir con algunas de sus promesas de campaña y olvidar otras. En el caso de la relación con China, al menos en principio, empezó cumpliendo, por lo menos en el cambio de tono: menos diplomático, algo virulento, y hasta provocador.

El tiempo dirá si se trata de un verdadero viraje en la dirección geopolítica, que tendría enormes consecuencias en todo el mapa mundial, o si es apenas una serie de amagues para la tribuna, sin mayores consecuencias concretas más que unos cruces diplomáticos.

Fueron varios los gestos. Primero, se comunicó por vía telefónica con la mandataria de Taiwán, Tsai Ing-wen, para felicitarla por el triunfo en las elecciones. No fue una llamada telefónica más, en absoluto.

Fue una patada en el hígado para la República Popular China, que considera a Taiwán como una provincia rebelde, desde que se separó en 1949, tras la victoria comunista en el continente. De hecho, ningún presidente estadounidense reconoció a Taiwán hasta ahora. Para todos los mandatarios, la única China es la China comunista, la China continental, la China de Mao. Pero aquí llegó el magnate de flequillo dorado para venir a escupirle el arroz a los chinos, que acusaron el impacto y se generó un gran revuelo diplomático.

En principio, el gobierno chino intentó minimizar el episodio asegurando que la comunicación telefónica fue un “pequeño truco de Taiwán”. Pero después la importancia del hecho fue creciendo y presentaron una protesta formal ante el gobierno de EEUU. Beijing urgió a Washington “a mantener su compromiso con el principio de una sola China” y le pidió que maneje “cuidadosamente” los asuntos relacionados con Taiwán para evitar “daños innecesarios”.

El portavoz del Ministerio de Asuntos Exteriores chino, Lu Kang, advirtió: “Confío en que EE. UU. mantenga su compromiso con el principio de que el único gobierno chino al que reconoce Washington es el de Beijing. Sólo de esta manera podemos garantizar la continuidad del desarrollo de la cooperación de beneficio mutuo entre ambas partes”, expresó en una rueda de prensa.

El vicepresidente estadounidense electo, Mike Pence, tuvo que salir a poner paños fríos en medio de la polémica internacional e intentó zafar de la situación diciendo que sólo se trató de “una llamada de cortesía”.

Pero Trump no se quedó conforme y siguió arremetiendo contra China. No ya por vía telefónica, sino a través de la red social Twitter, una de sus preferidas para dar a conocer sus insultos, mensajes racistas, xenófobos y demás lindezas. Esta vez se despachó contra China y dijo que ese país devaluó su moneda sólo para afectar los intereses de los EEUU. También les reprochó que están armando un complejo militar en aguas en disputa en el Mar del Sur de China.

“¿Nos preguntó China si estaba bien devaluar su moneda (complicando la competencia de nuestras compañías)?”, preguntó Trump a través de la red social.

“O aumentar los impuestos a las importaciones de nuestro país (EEUU no lo hace), o antes de construir un complejo militar enorme?”, siguió preguntando el muy preguntón.

Las arremetidas del magnate contra China no cayeron bien en la Casa Blanca. El secretario de Estado de Barack Obama, John Kerry, afirmó que “sería valioso” para Trump que pidiera consejos al Departamento de Estado antes de hablar con líderes extranjeros.

“Me gusta dispararles a esos tipos”

Mientras provoca a China, el presidente electo continúa con sus designaciones para armar su equipo de colaboradores. Buena parte de los analistas internacionales tienen la lupa puesta en estos nombres, intentando dilucidar hasta dónde el magnate tiene juego propio para cumplir con las promesas y las bravuconadas de campaña y hasta dónde el establishment le marcará la cancha. Lo sí que ya está confirmada es la impronta conservadora, racista y reaccionaria de la mayoría de sus colaboradores.

El general retirado Michael Flynn fue designado como nuevo asesor de seguridad nacional. Su cargo no requiere la ratificación del Senado. Es un fanático anti Islam. “No es una religión, es una ideología política”, señaló el veterano militar, que cuenta entre su currículum haber invadido Irak y Afganistán. Lo apodan “perro loco”.

“Es magnífico ir a Afganistán y dispararles a esos tipos que maltratan a sus mujeres por no usar velo, es fabuloso”, señaló Flynn, acaso sin reparar que su nuevo jefe también se jacta públicamente de maltratar y hasta violar mujeres.

Al igual que Trump, Flynn es partidario de bajar las tensiones con Rusia y se lo considera un lobista a favor del gobierno turco.

Sus colegas lo describen como un hombre con algunos problemas, de ahí su sobrenombre. “Es un derechista loco”, llegó a decir el ex secretario de Estado Colin Powell.

Todavía siguen en danza varios nombres para la muy disputada cartera de secretario de Estado. Habría cuatro candidatos en carrera: el ex candidato presidencial Mitt Romney, el ex director de la CIA Michael Petraus, el titular del comité de Relaciones Exteriores del Senado, Bob Corker, y el general John Kelly.

Fuente: El Eslabón

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