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Sin luces que lo amarren con sus cables, sin estrellitas de papel plástico brillantes, sin ser homenajeado sólo porque hay fiestas navideñas, un árbol ibirapitá es venerado en territorios guaraníes. Su memoria resguarda historias más cercanas a esa tierra roja que a esas fábulas occidentales que rodean al trasplantado y hasta artificial pino que en nochebuena es sometido al peso de adornos y regado con cientos de chucherías envueltas en coloridos paquetes y paquetitos.

El nombre de “ibirá puitá guazú” proviene del guaraní: “Ybyrá” es “árbol”, o “madera”;pytâ” es “roja”, yguasu” es “’grande”. O sea: “gran árbol de madera rojiza”. Don José Gervasio Artigas (1764-1850), el gaucho guerrero y filósofo que tras combatir el centralismo porteño y el expansionismo portugués es traicionado y derrotado, se exilia en Paraguay, para habitar en una villa cercana a Asunción, donde plantó ese árbol.

Artigas mateaba a su sombra, ya sea solo o con alguien que venía a visitarlo. Dicen que su árbol llegó a tener 25 metros de altura. Ese ejemplar fichado por la ciencia como “Peltophorum dubium”, es usado en carpintería y navegación, por su fortaleza. También la medicina naturalista utilizas sus raíces, frutos y doradas hojas,

Con el lapacho o en junio

El sponsoreado festejo del Año Nuevo, la tradición más ancestral y respetada por las milenarias comunidades –desde los celtas a los mapuches–, se realiza al producirse el solsticio de invierno. También los pueblos kolla y aymara –entre otros– celebran el Inti Raymi (del quechua “Fiesta del Sol”). El frío purifica y la tierra descansa, mientras se prepara para las próximas cosechas.

En tanto los antiguos europeos, a fines de invierno, recibían el inicio del invierno. Pero el cristianismo unió a esas tradiciones en diciembre: la de la Navidad y el Año Nuevo –impuesta por la colonización–, sin respetar los ciclos de la naturaleza ni las ingestas de productos calóricos con 38 grados de temperatura.

Por su parte, el florecimiento del lapacho es tomado como la llegada del “Ara Pyau”, o año nuevo guaraní. También el comienzo de la primavera, el 21 de septiembre, es venerado por otras parcialidades como el renacimiento de un nuevo ciclo. Con rituales en homenaje a la naturaleza se junta a ancianos y ancianas de distintos pueblos para orar juntos y transferir sus saberes a los más jóvenes.

Nuevas personas

Quizás para que un año sea nuevo, y no sólo la continuidad de un proceso, hay que desarrollar en serio algunas profundas transformaciones, algo que requiere también de un hombre y una mujer nuevos.

Esa persona, según Ernesto Che Guevara, crece desde la ética revolucionaria que se fogonea en el protagonismo por la disputa del poder. Para eso la conciencia va desechando el individualismo y el egoísmo que la acumulación capitalista impulsa.

Ahí emerge quien esgrime la solidaridad en la búsqueda de una vida mejor y se transforma en motor de la historia, un eslabón más en la fuerza colectiva que pelea. Y para ese desprenderse del acopio de cosas materiales, el desapego por lo superficial y lo brillante como espejitos de colores mentirosos, la cuestión social y los sueños colectivos aparecen como banderas.

El señor que resplandece

Los guaraníes llamaban “oberá pacarai”, que significa «el señor que resplandece”, a José Gervasio Artigas, cuando ya envejecía,  cuando “su tiempo de liderazgo pasó, cuando aceptó el exilio en suelo paraguayo y allí vivió humildemente del trabajo de la tierra y de una magra pensión que le enviaba José Gaspar Rodríguez de Francia, dictador de Paraguay”, dice Esteban Ierardo, licenciado en Filosofía de la UBA, y aclara: “Aquella pensión, y los frutos de su pequeña granja, la obsequiaba a los campesinos pobres y a los indios guaraníes»,.

Ierardo afirma: “Artigas es símbolo de una ética encarnada. Fue el opuesto del tan extendido hombre-pantalla contemporáneo, el hombre-simulacro, el hombre (político en muchos casos) que, por conveniencias personales, finge adhesión a valores elevados. El gran oriental fue lo contrario de la ética viciada de hipócrita retórica. Fue el oro ético forjado por cada acción del hombre auténtico”.

Leonardo Rodríguez Maglio, también licenciado en Filosofía pero desde la costa oriental de Piriápolis, indica: “La magnanimidad o grandeza de alma (tanto en lo anímico, como en lo moral), era un valor muy estimado en la Grecia clásica y también en la época de José Artigas. Era una virtud que solían encarnar los líderes o conductores de pueblos, especialmente aquellos que obraban con excepcional heroicidad y generosidad, influenciando con su buen ejemplo a los demás”.

La pusilanimidad

Rodríguez Maglio señaló, en diálogo con el eslabón: “El vicio contrario a la magnanimidad es la pusilanimidad, que afecta por defecto a quienes por ese vicio se vuelven temerosos, conservadores, egoístas y mezquinos. Al respecto, digo en mi libro que el hombre pusilánime es un deprimido crónico, que siempre piensa en pequeño y en sí mismo; incapaz de dar ni de darse, encuentra que todo objetivo que salga de lo trillado y exija generosidad, no vale la pena”.

“La magnanimidad siempre implica una completa entrega personal a un gran proyecto generoso, a un atrayente ideal que se lleva como bandera y se asume como sentido de vida. De esa virtud y de ese sentido comunitario de vida daba ejemplo José Artigas permanentemente, y así quería inspirar, educar y formar a las personas de su tiempo, especialmente a los jóvenes”, remarca, dando puntos esenciales para un escuela de la Patria, forjada en el fervor revolucionario”.

El investigador, además, sostiene que “ese pusilánime a veces se esconde tras la excusa de ser un hombre «práctico», que desprecia los sueños de los llamados «idealistas»; pero en realidad es un pesimista permanente y, por decisión propia, un eterno conformista. Sus lemas preferidos en Uruguay son «es lo que hay» y «no queda otra». Con eso, trata de justificar su subordinación al estado de cosas actual, y desacreditar cualquier intento de cambio. La falta de ideales es la más desagradable y degradante de las carencias que acompañan este vicio”.

“En cambio, ser magnánimo –resalta el investigador–, significa pensar en hacer algo que trascienda nuestra corta vida humana, y deje beneficios y un recuerdo gratificante de nosotros en los demás. Ese pensar, se siente por los magnánimos como un gran llamado a ser grande en virtudes, y hacer grandes cosas en beneficio de todos”.   

Solidarios guerreros

La mujer y el hombre nuevo son los urgentes guerreros que desafían al individualismo y los éxitos comerciales, como los investigadores redescubren en Artigas, algo que quizás no se difundió por el temor a que una mayoría del pueblo se sintiera acompañado por ese proyecto, que superaba lo personal y buscaba la autonomía, la liberación, la reforma agraria, la memoria con justicia, y el concepto de pueblos en armas y en defensa de los derechos humanos. Entonces caen las leyendas de superpoderosos héroes difíciles de imitar, semidioses que se dedican a lo extraordinario. No, nosotros somos comunes porque tenemos algo en común: un desafío colectivo a impulsar.

Esa superación por sobre el individualismo, desde la convivencia con los otros, hace que el dominador tema sea que se revelen los trabajadores. Si en lugar de un prócer enorme, y de bronce, hay cientos que reclaman por sus derechos, el sistema es puesto en tela de juicio porque se democratiza y se multiplican los héroes. Se hacen comunes, simples y rebeldes, al juntarse con otros. Así aparecen cientos de guerreros, armados de ética y compromiso, ese empoderamiento de las mayorías que suele superar al propio jefe, a quien acompañan y empujan para compartir y caminar juntos. Son miles de desconocidos próceres que aún combaten sin aceptar ser domesticados.

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