Ilustración: Facundo Vitiello.
Ilustración: Facundo Vitiello.

Yo no sé, no. Pedro no se acuerda bien si era cuando iba a hacer mandado y se equivocaba lo que tenía que comprar o cuando estaba estudiando y le pifiaba en aritmética o en la ortografía, pero lo cierto es que la vieja y la maestra le decían lo mismo: “Qué cabeza de alcornoque”.

Lo que sí se acuerda Pedro es que en los primeros partidos en las canchitas del barrio, apareció un petiso retacón que ya se veía que iba a ser petiso, aunque estábamos todos en crecimiento, y al que bautizaron Corchito. Él no se enojaba porque todos lo queríamos, dice Pedro, era rápido, zurdo y desbordaba de lo lindo.

También en las fiestas patrias de aquel tiempo aparecía el corcho, pero quemado, cuando alguno tenía que hacer de mulato o de alguno de esos patriotas que tenían bigote o patillas. Y en los carnavales también, por supuesto, para pintarse la cara y ser parte de aquellas primeras murgas, murgas pobres, pero murgas al fin.

En ese tiempo había sidras con corcho verdadero y Pedro pensaba si serían como las sidras que regalaba Evita con el pan dulce y que el gorilaje, por supuesto, despreciaba. Con el tiempo comenzó a comprender que eso era más que una sidra y un pan dulce, que era una buena excusa para sentarse a la mesa en familia. Y de cuando empezó a militar, se acuerda de un gran compañero a cuya compañera le decían justamente La Corcha (el que conozca a Pedro y se acuerde por dónde andaba en su época de secundaria se va a dar cuenta de quién habla). En aquellos tiempos se peleaba para que el descorche y los festejos fueran para todos. Era parte de una Argentina nueva, de la revolución.

De los jugadores de fútbol de entonces, Pedro no recuerda a ningún Corcho, pero piensa que a Garrafa Sánchez, el de Banfield, si hubiera sido menos gordito por ahí se ganaba ese apodo. Y ojo que me saco el sombrero por Garrafa, dice Pedro, aunque sea más actual.

Después apareció el corcho de plástico, y aunque ya no era lo mismo, seguía y sigue siendo un buen aliado para mantener los buenos vinos, los más añejos.

La palabra “corchazo”, no le gusta a Pedro, porque dice que se la usa para decir que a alguien le pegaron un cuetazo pero mal, y que se lo hace hasta avalando la violencia cotidiana.

Ahora, estos cosos que se quedaron con la economía, la Justicia y los medios de comunicación, están descorchando y brindando de lo lindo. Pero yo estoy esperanzado igual, dice Pedro, pero no de tener que esperar 30 años para que el árbol de alcornoque nos vuelva a dar unos buenos corchos como nos merecemos, sino porque estoy convencido que ya van a aparecer los corchitos esos que desbordan y militan de lo lindo. Y van a estar al lado nuestro. Y capaz que dentro de poco empecemos a descorchar nosotros también, y brindemos porque estemos recuperando terreno, dice Pedro mientras mira una Farruca que todavía está barata en el barrio, al alcance del bolsillo, bah. Lástima, dice, que sea con tapón de plástico. Yo hubiese querido tener una de corcho verdadero. Ya volverán esos corchos, ya volverán esos días.

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