Ilustración: Facundo Vitiello.
Ilustración: Facundo Vitiello.

El Dani entró a la ferretería con una calma envidiable y le preguntó amablemente al tipo que atendía si por casualidad no tenía gomeras. Que la necesitaba para un disfraz, dijo. De Piluso, agregó.

El vendedor, que tendría unos 50 largos, giró rápidamente y, tras dar un par de pasos hacia su derecha, regresó con dos modelos distintos de esa legendaria y ya casi en desuso arma casera.

Una era como muy pequeña y, sobre todo, parecía muy escaso el espacio por el que debía pasar la piedra, el rulemán, o fuera cual fuese el proyectil elegido. Parecía más bien esos cosos que los yanquis usan para darle corriente a otro apoyándoselo en la humanidad. Esa mini picana eléctrica –hablando de legendarias armas– que usan los yutas en las pelis.

La otra tenía las medidas tradicionales pero el mango era de plástico (un plástico duro, pero plástico al fin). El Dani agarró esa, tensó la goma y determinó que estaba bien. Que zafaba, bah. “Me llevo esta”, señaló. El hombre agarró la otra, la volvió a meter en la bolsita y se dirigió a ponerla otra vez en su lugar. El Dani, entonces, sacó la bolita japonesa del bolsillo y la calzó en la cuerina. La apretó entre el pulgar y el índice de la mano izquierda y volvió a tensar la goma.

Cuando el viejo volvió al mostrador, le apuntó a la cara y le dijo –repito, con una calma envidiable–: “Dame la reca o te dejo ciego”. El hombre vio su propia cara de espanto en los ojos del Dani, por entre medio de la horqueta y con el brillo de la bolita blanca como fondo espectral, y apretó el botón de la caja registradora. Ahí, en ese preciso instante, el Dani confirmó que ese ¡clinc! y el grito de gol de la hinchada del Defe, eran los sonidos que más le gustaban en el mundo. Agarró los billetes arrugados, y mientras se los metía como podía en los bolsillos, se dio media vuelta y encaró para la puerta.

Cuando ya casi manoteaba el picaporte, alcanzó a ver en el reflejo del vidrio la negrura de la 9 en la mano del tipo, y el fogonazo. Después le agarró frío, mucho frío, y no vio nada más.

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