Suena la bocina y sale. La ansiedad le borró del recuerdo el trayecto desde su casa al auto. Sonó la bocina y ya estaba en camino hacia Olavarría, por una ruta que conoció apenas un tramo, pero que después se sintió perdido. Fue con amigos y a ver al Indio, casi nada malo podía pasar. Ni la lluvia, ni la ruta repleta, peligrosa y tan lenta como insoportable, ni las 12 horas de viaje a un lugar que en condiciones normales demoraría la mitad, nada de eso en verdad le preocupaba.
El recital había empezado en el auto, escuchando todos y cada uno de los discos de Los Redondos y del Indio.
Nunca vio un cartel de «Bienvenidos a Olavarría». No necesitó verlo. Ahí todo estaba multiplicado por mil: personas, puestos de remeras –la mayoría con la fecha de ese día– vehículos.
Caminó mucho. Saltó, bailó y cantó la lista completa de temas. Salió contento. Lo súper disfrutó. Sintió que el recital fue similar a los otros. Más cortado y menos dinámico, es cierto, pero una fiesta al fin.
Fue al mediodía siguiente, mirando una pantalla de televisión en una estación de servicio –creo que era en Bolívar–, cuando se dio cuenta que la fiesta que había vivido apenas unas horas antes, había terminado mal. Vio que hubo “siete muertos” y “avalanchas fatales”. Le arruinó –sin darse cuenta– un rato del domingo a su familia y conocidos, que lo imaginaban dentro de un caos del cual nunca se enteró, ni vio de cerca. Y piensa en verdad que, en parte, fueron los mismos medios los que lo metieron dentro de ese lío, y no la imposibilidad de comunicarse con sus allegados por falta de batería en su celular, para enviarles un simple mensaje que hubiese dicho “estoy bien”.
Fuente: El Eslabón.