carrascosa

Yo no sé, no. La primera vez que –caminando y saltando durmientes– cruzaron la Vía Honda y llegaron hasta esa curva interminable que vendría a ser Provincias Unidas, Pedro pensó, y le dijo a los pibes: “Tendríamos que haber marcado el camino de regreso, porque pegamos un par de vueltas y en cualquier momento empieza a oscurecer”. Y en esos tiempos era mejor estar de vuelta antes que se haga de noche, porque si no –ahí nomás– le cortaban la salida a todos.

“Había que haberlo marcado”, repetía Pedro. Eran tiempos en que –a la hora del campito, antes del partidito– para los que no eran muy hábiles como para arrancar jugando desde el vamos, lo mejor era darse chapa o identidad de que uno era un marcador de punta, ya que había buenos wines en el barrio. O un marcador “tiempista”, un “cuevero”. Lo cierto es que en aquel tiempo, en Arroyito se hacían famosos los marcadores de punta: El Negro González, por un lado, y (según el criterio de Pedro: el “ídolo”, aunque no estuvo mucho tiempo en Central) el Lobo Carrascosa. Más adelante, en algún momento dejaron de llamarse marcadores y empezaron a aparecer como “laterales”.

Durante un tiempo, en esa adolescencia medio convulsionada, la palabra “marcar”, o “te están marcando”, tenía que ver con los ojos de alguna piba (o viceversa, en el caso de las pibas), hasta que de pronto la palabra “marcar” tomó otro andarivel. Y ya no era muy bonito que te estuvieran “marcando”. Pasó a ser el tiempo en que lamentablemente, en ese descuido o no, marcaron a muchos compañeros para llevárselos. Y a muchos de ellos, para siempre.

¿Viste? –me dice Pedro– ¿cuándo habrán aparecido los marcadores en sus diferentes versiones como útiles escolares. Marcadores de fibra, al agua, al aceite, de colores. Y, de última, “resaltadores”. Pensar –recuerda Pedro– que durante un tiempo largo, los únicos marcadores que veía con admiración (aparte de los del fútbol) eran los lápices de carpinteros que usaban los albañiles para tomar medidas en pleno laburo. Qué curioso –decía– se usaba más ese lápiz entre los albañiles que entre los propios carpinteros.

Lo cierto es que en un momento determinado aparecieron las fibras y esa clase de marcadores. Pero, fijate vos –se adelantaba Pedro– qué poca vida van a tener, porque ahora todo está en la pantalla y hay muy pocas cosas que quedan en el papel, se marcan o se resaltan. Ahora todo queda o va a la compu, o a otros medios alejados de esos últimos “marcadores”. Pero, ¿sabés qué? –me cuestionaba Pedro–, ojalá que los otros marcadores, los jodidos, los que estuvieron conviviendo con nosotros durante los 30 años de democracia, ya no tengan vida como tal, ni como marcadores, y no puedan andar resaltando. Porque, entre nosotros, para lo único que sirvieron fue para mantener un estado policial. Y ojalá (y esto lo digo yo, pensando en lo que decía Pedro), que como alguna vez se le atribuyó al mismo Perón –que arengaba: “Muchachos, hay que estar atentos y vigilantes a lo que se viene”–, ojalá que esta vez ganen los atentos, como el mismo Carrascosa, que según dicen no quiso ser capitán en el 78 porque no se aguantaba la dictadura. Ojalá que los que vengan, vengan con la impronta de los atentos y no de los vigilantes.

Publicada en la edición 180 del semanario El Eslabón.

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