Ilustración: Facundo Vitiello.

Ilustración: Facundo Vitiello.


Yo no sé, no. Me cuenta Pedro que la otra noche, cuando volvía al barrio, se le dibujó una sonrisa en el cuerpo y en el alma porque la brisa que repuntaba en la noche pasó a ser un vientito que refrescaba. Buscando a lo lejos la luz de algún kiosco para comprar cigarrillos, vio una que se prendía y que se apagaba, a media cuadra. Una de esas lámparas que por el viento o por estar medio flojas, no lograban quedar encendidas. Y se acordó de una parecida, que veía en esas noches cuando volvía y que justo en esa cuadra vivía una piba menudita de la que él andaba atrás. Una que se parecía a la novia de Rolando Rivas en la ficción. Todos nos enamorábamos de esa petisa que parecía la novia del taxista de la novela.

Una noche, víspera de un clásico (ya era supersticioso), Pedro pensó: si se prende cuando paso, mañana centralito no pierde. Y si no se prende, la petisa me va a dar pelota.

Duró años esa lampara media floja. Otra noche, después de una volanteada estudiantil, pero cuando ya la cosa estaba medio fulera, Pedro pensó: si se ilumina cuando paso, seguro que salió todo bien y ningún compañero cayó en cana.

Y se acordaba también de esa final que teníamos contra barrio Acindar, en cancha de 11. Si se ilumina, va a ser una buena señal, un buen partido, pensaba.

El otro día, cuando vio esa lámpara, Pedro se acordó de cuando se apagaron de pronto todas las luces del barrio y esa quedó titilando. Él pensaba que estaba delirando, pero capaz que era otra señal. A mitad de cuadra, a mitad de todo, como en los 70, que en plena oscuridad ella seguía prendiéndose como una brasita, de las últimas que se avivan con el primer vientito.

Capaz, me dijo Pedro, sería una señal de que nos va a ir bien en los próximos partidos. Lo obnubilaba la sonrisa de los compañeros que no cayeron. Y de los que cayeron, que decían: yo no te olvido, no me olvides. Y capaz que era la sonrisa de las novias que casi fueron. De las madres, de las madres que veían a los pibes que estaban junto a ellas. O a lo mejor serían las luces de los flashes que todavía seguían repercutiendo cuando los fotógrafos y los periodistas recordaban a Cabezas.

Capaz que esa lámpara, esa lámpara medio floja de mitad de cuadra, en mitad de todo, se había hecho firme y se resistía ante tanta oscuridad, tanta desmemoria, y nos iluminaba con la sonrisa y con esperanza. Esa luz esperanzadora ante tanta oscuridad. Entonces Pedro se olvidó de la luz del kiosco y se fue a dormir tranquilo, aún sabiendo que toda la cuadra seguía a oscuras. Menos esa lámpara.

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