“La dominación necesita del control, del miedo, del olvido y la resignación, en diferentes dosis, de acuerdo a las circunstancias”.  Jorge Lora Cam.

Foto: http://bigtime7.com.
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No es fácil reemplazar al Estado-Nación. Las grandes corporaciones lo saben. Y aunque precisan sacarse de encima los moderados límites que el Estado aún les impone, no encuentran un esquema que suprima en términos estructurales ese último escollo que se les interpone para ejercer el dominio total y la imposición de sus intereses a nivel global.

De tal modo, las superestructuras que encarnan el poder real se valen de aquellos elementos, discursos y dispositivos que pongan en jaque permanente a las instancias que el Estado puede poner en juego para limitar la angurria corporativa.

Aunque en forma somera, desde estas páginas ya se abordó el rol que las corporaciones le otorgan al sistema de administración de justicia, comúnmente denominado Poder Judicial.

El papel que se le quiere asignar al sistema político no es menos preocupante, habida cuenta de que el mismo es el que regula, en mayor o menor medida, según cada caso, los escenarios en que se dirimen las relaciones de fuerza entre el poder establecido y quien se decida a enfrentarlo.

La madre de todas las paradojas

En ese sentido, la política está en deuda con el género humano en general, pero fundamentalmente con las víctimas directas e indirectas que el capitalismo se viene cargando desde su etapa embrionaria hasta la fecha.

Si al hablar de política nos imponemos ampliar el enfoque que la Antigua Grecia usó para definirla y le exigimos que sea el ámbito que le da sentido práctico a la filosofía en pos de generar pensamientos alternativos tan potentes como para disuadir al discurso único, y que esas vías conduzcan a una organización política, económica y social más justa, teniendo como protagonista central a las grandes mayorías, entonces la política está en deuda.

Pese a la formidable y audaz biopsia que Karl Marx, a mediados del siglo XIX practicó en el cuerpo del capitalismo en su estado más atlético, ningún movimiento o fuerza política pudo diseñar un sistema que desde ese diagnóstico feroz y desde la perspectiva de la lucha de clases, supere la perversa y ficticia organicidad que postula el capitalismo al ofrecer como receta infalible el libre mercado, la libertad de pensamiento, libertad ambulatoria y todas las libertades que puedan ocurrírsele a cualquier entusiasta perejil.

Las principales experiencias socialistas –la socialdemócrata, la soviética, la maoísta, la cubana, la vietnamita, la camboyana y la coreana–, en cualquiera de sus etapas, fueron impotentes a la hora de trastocar la lógica del capitalismo en su entraña más cruel.

Ninguno de esos modelos pudo articular igualdad con libertades plenas, crecimiento económico autónomo con movilidad social sustentable, entre otras metas que se propone el marxismo.

Todas terminaron moldeando un sistema de capitalismo de Estado, por cierto un avance extraordinario respecto del capitalismo de mercado, pero lejos, a años luz de la utopía socialista. La madre de todas las paradojas: un sistema de ideas que puso al descubierto el funcionamiento y los resortes más perversos del capitalismo, que produjo el más despiadado diagnóstico de la crónica enfermedad social que provoca el capitalismo, e incluso propone, a la luz de una discutible pero sólida interpretación de la historia, que la única oportunidad de vencer al monstruo es a través de la lucha de clases, no logró encarnar en una organización política un sistema que supere al decrépito modelo expoliador.

La verdad novelada por expertos

Desde el advenimiento de la Modernidad, las fuerzas políticas, ya fueran conservadoras, reformistas o revolucionarias, pugnaron por acceder al poder formal mediante la imposición de un discurso que cerrara el círculo en torno de la verdad, la racionalidad, la lógica, la fe, el materialismo dialéctico, o lo que fuere, y de ello dependía para convencer, contener o dominar a quienes tenían en sus manos otorgarles la legitimidad que les permitiera mantener ese poder.

La democracia, en todas sus variantes y modelos, supuso un esfuerzo extraordinario por parte de la política, que debió sofisticar el discurso para ganarse el favor y la confianza de las mayorías y así acceder al ejercicio del poder formal.

Hasta el más descarado farsante debió enmascarar sus apetencias mediante el llamado doble discurso, que consistía en decir una cosa y hacer lo contrario una vez logrado el objetivo de acceder al poder.

Desde mediados del siglo XX, los sistemas políticos se vieron sacudidos por la irrupción de los medios de comunicación masiva, que a partir del protagonismo que tuvieron durante la Segunda Guerra, a la medida de las necesidades de las potencias beligerantes, tomaron nota del alcance del poder que representaban y se dispusieron a ponerle precio. Un alto precio.

Para no redundar en ejemplos archiconocidos de la notable importancia que los mass media pasaron a tener en la escena política global, apelaremos a un breve párrafo del artículo Sociedad de control, dominación mediática y miedo, publicado por Jorge Lora Cam, sociólogo peruano, economista y doctor en Estudios Latinoamericanos: “La dominación necesita del control, del miedo, del olvido y la resignación, en diferentes dosis, de acuerdo a las circunstancias. Son instrumentos de poder con sus instituciones representativas: los organismos de Inteligencia de los estados articulados a las fuerzas armadas, la industria de la información y de la cultura, las iglesias y también las universidades. Los objetivos son destruir el espíritu crítico, desnaturalizar la memoria colectiva, confundir, crear una cultura de la sumisión exhibiendo la fuerza del Estado y del imperialismo y cultivar el miedo, modificar la opinión política pública”. En la actualidad, la faena más sucia la vienen haciendo los medios de comunicación masiva.

Adelanto

Por error del autor, en la anterior edición se adelantaron temas de la Parte IV de este trabajo pero haciendo mención al capítulo IV, que hoy se publica. De tal modo, el próximo número contendrá, entre otros tópicos, los siguientes: Alguien vio lo que no debía durante el ataque a las Torres Gemelas. Los líderes religiosos pueden aportar mucho contra la Teología del Terror.

Artículo publicado en la edición 181 del semanario El Eslabón.

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